El crowdfunding es una forma de financiación alternativa a los métodos tradicionales como préstamos o subvenciones. Es un método de financiación colectiva, en el que varias personas invierten la cantidad de dinero que cada uno desee en el proyecto que una persona ha hecho público. De hecho, el término Crowdfunding está compuesto por la palabra crowd (multitud) y Funding (financiación, fondos).
El crowdfunding nace a finales del siglo XX, como consecuencia del desarrollo de Internet y de la amplia gama de posibilidades que la tecnología ofrece. Usualmente, estos procesos de financiación se llevan a cabo en páginas especializadas en ello. El proceso sigue unos pasos que comienzan cuando una persona, grupo, colectivo o sociedad hace pública su necesidad de financiación en alguna plataforma o red. En esa solicitud aparecen los siguientes detalles:
Esta forma de financiación nace con el sutil tinte del bien común. Aunque, a día de hoy, se haya podido extender para cualquier tipo de proyecto, se hizo popular en inversiones cuya finalidad era participar en una acción que fuera beneficiosa para el bien común. Aquellas inversiones con un toque social, eran las que más removían el interior de particulares sin grandes cantidades de dinero, y les motivaban a aportar parte de lo que tenían para sacar adelante la causa de otros. Esta forma de inversión nunca hubiera salido adelante de no haber comenzado de una manera social y ética.
Lo más revolucionario de este modelo de financiación es la democratización de la inversión. Hasta el momento de la eclosión de internet, tan solo las personas con rentas altas y prósperos negocios podían invertir e incrementar esos ahorros. Ahora, con internet y herramientas como el crowdfunding, cualquiera puede convertirse en inversor y hacer crecer sus ahorros apoyando proyectos en los que verdaderamente cree.
Con el paso del tiempo la técnica ha ido derivando en cuatro tipos de crowdfunding diferentes:
Este tipo de inversión crea un lazo de unión entre el inversor y el proyecto que va más allá del momento de la inversión, como ocurría en las dos anteriores. En los dos casos previos, una vez depositado el dinero, la persona que había decidido invertir podía casi olvidarse del asunto, pues nada más tenía que aportar en él. Pero este tipo de inversión es más arriesgada, aunque también puede resultar mucho más rentable.
Una vez que alguien posee parte de las acciones de una empresa puede darse la posibilidad de vender esa participación en un momento en el que el grupo tenga mayor valor que el que tenía cuando esta persona invirtió en ella por primera vez, y así obtener un beneficio con la inversión. O bien puede ocurrir lo contrario, y necesitar vender las acciones en un momento en el que el valor de la acción es menor al que tenía cuando se realizó la inversión.
Si bien es cierto que en los dos casos anteriores no se obtenía ninguna parte de la inversión de vuelta, en esta ocasión sí se espera obtener todo lo invertido de vuelta, de hecho, quien opta por el equity-based, suele esperar vender de nuevo su participación para rentabilizar la inversión, por lo que vender por menos de lo invertido supone el efecto contrario a lo deseado y es un riesgo que se debe conocer y aceptar en el momento de la inversión.
El tipo de interés está previamente detallado y pactado entre las partes una vez que se realiza la inversión, y no suele variar, salvo en algún caso excepcional. Para calcular el tipo de interés, se saca la media de todos los intereses más bajos ofertados por los inversores hasta que se ha completado la inversión prevista. En caso de que este tipo medio resulte menos que el ofertado por el inversor, se respetará el tipo de interés que solicitó inicialmente.
El éxito de este tipo de inversiones colectivas se debe, además de a la democratización de la inversión, a su éxito. Y es que han resultado ser inversiones menos arriesgadas y más exitosas que las inversiones tradicionales.